jueves, 31 de octubre de 2013

El arte de Irlanda y la cerveza

¿Quién dice que la cerveza y todo lo que la rodea no es un arte? 

¿Y si, además, la relacionas con Irlanda? 

 

Así, directamente, mi colección de cervezas. Después de una larga travesía y de vivir en estanterías parentales y cajas de trasteros durante muchos años,  decidí poner una vitrina en mi propia casa (con la venia de mi hija y mi marido), que bien merecida era, para guardarlas como Dios manda y disfrutarlas en todo su esplendor; ya no digo en su plenitud, pues están bebidas (no todas por mí, aclaro; ya veréis, de ésta formo peor imagen de la que tengo, desmerecidamente, por supuesto; juju), pero sí de manera deleitante para el gusto de mis sentidos. ¿No son bonitas? Esa variedad de colores, formas, nombres y procedencias... Si esto no lo consideráis un arte, podéis dejar de leer a la loca de Irlanda.


Os adjunto la primera, con la que empecé la colección en una Serie B riojana, hará unos 16 años aproximadamente. Luego incluyo otras de mis favoritas (la de la chapa roja, está hecha por mi amigo Carlos, negra y absolutamente casera; buenísima). Son elegantes. Juzgad vosotros:


¿Os creéis si os digo que, lo que definitivamente me decidió a pedir una Erasmus a Irlanda, fue, aparte del ánimo de mi hermana mayor, que veía lo que me atraía esa "islita" y lo bien que lo podía pasar, sus verdes prados (los de Irlanda, claro) y grises arquitecturas medievales y ruinosas, fue la cerveza? Yo, a punto de poder llamarme historiadora del arte por mérito propio (iba a terminar el quinto y último curso, y nada menos que en el Trinity College de Dublín), disfrutaba de la cerveza y sus encantos como si del más bello objeto museístico se tratara (tiene museos dedicados a ella, o sea que no andaba tan desencaminada), e irme a la cuna de la Guinness, con sus verdes paisajes, ese ambiente en los pubs, ruinas antiguas a cada paso y la idea de estar en una universidad con tanta solera, me hacía sentir importante, y nunca agradeceré lo suficiente a mis padres el esfuerzo que hicieron para que yo viviera esa experiencia, de la que no hay día que no recuerde algún detalle siquiera con todo el cariño y toda la morriña que me traje de esa bonita tierra.

Después de lanzarme, sólo pude traer mejores resultados que las meras expectativas que me formé. La universidad en general (sin mi facultad en particular, que era pelín "moderni"), es la más bonita de toda Irlanda, sus profesores inigualables, mis compañeros muy cariñosos y el resultado indescriptible. Estudié enfrente de la Old Library, con el Libro de Kells como emblema indiscutible, viví al lado de la fábrica de Guinness (¿qué más puede pedir una amante de la cerveza?) y enfrente de la entrada al parque amurallado más grande de Europa, Phoenix Park, y tuve unos flatmates que muchos hubieran querido para sí. Hice amigos para toda la vida, y empecé después correspondencia con uno de ellos, con el que no tuve oportunidad de profundizar allí, y, vía Boston, surgió una de las mejores y más importantes amistades que jamás he tenido (por desgracia, no está ya con nosotros).


Por James y por todos esos buenos momentos allí, estoy escribiendo hoy este pedacito de mi vida.

Es todo: Ese "Europa 15" al salir de la facultad cada día con mi madre, las cervecitas en casa con mis amigas, mis clases en el Trinity, mis viajes a algunos sitios increíbles, como Rock of Cashel, en el condado de Tipperary, o Castletown, Bray y Malahide en el de Dublín, Belfast y el mismo Dublín, con sus "thankyous" obligados (incluso placenteros) al subir y bajar del autobús, los famosos sláinte (que pronuncias "esloncha" y significa "cheers", "chinchín" o "salud", en gaélico), por cada buen rato, pinta en mano, las canciones de David Gray, de los Dubliners en todos los Carroll´s de la ciudad, por Molly Malone (la más importante pescadera de la historia de la ciudad, con tantos encantos de todo tipo) y, por último, el inigualable, el inimitable Nancy Hands, también enfrente de casa, donde tomabas una pinta y disfrutabas de los más bellos placeres de la vida (ocho años después añadía el de mi hija; qué cursi): estar en un pub.


¿No es para sentirse afortunada? No me importa no haber conocido miles de sitios de la Isla, no importa que no tuviera dinero para hacerlo todo, ni estar sola al llegar y enfrentarme a la aventura, no importa que tuviera miles de exámenes y essays por hacer y tener que ponerme al día con el inglés muy rápidamente. Me llevé un sentimiento que nada me ha borrado jamás y que es difícilmente resumible después de tanto. Me fui en septiembre de 2001, recién atentadas las Torres Gemelas, con libra irlandesa y todo, y volví en 2002 con el euro y  una licenciatura. Fui sabiendo que allí tenía gente conocida, y resultaron ser grandes amigos. Hice otros tantos (ya lo he dicho, pero no importa), me quedé con la idiosincrasia de aquellas gentes, con su alegría de vivir y su melancolía al lado de una cerveza, con su sentimiento patriótico y el verde por todos lados. Además de sus soles, lluvias y nubes en un solo día ("that´s the Irish weather"!), miles de Pennys (Primark para los amigos), Tesco, O´Connell, Talbot y Grafton street, el río Liffey, James Joyce, Oscar Wilde, los preciosos puentes (exceptúo el de Calatrava, lo siento), St´Patrick´s day,  cruces, iglesias, castillos y el Examination Hall del Trinity College (donde tuve el honor de examinarme). No puedo parar. Todo tópicos, por casi todos conocidos, pero se cumplen, del primero al último; existen, ¡están ahí!


Cada día, a pesar de mis momentos peores, en los que, por cierto,  siempre tuve un hombro en el que apoyarme, y de echar de menos a la familia, era único. Si volviera a nacer, es lo primero que repetiría, y, sin morir, pero donde no me importaría tampoco, visité el camposanto de Glasnevin. ¿No consideramos arte esas cruces celtas, reproducidas por tantos sitios, y sus esbeltas torres circulares?


No me estoy yendo del tema de entrada. Irlanda queda claro, y la cerveza, por supuesto, acompañó todos esos momentos, pero siempre lo hizo y siempre lo hará. Sus propiedades son conocidas: cantidad de ácido fólico, buena para el cutis y para el pelo y, lo mejor de todo, el placer de beberla. La prefiero fría, pero tampoco hago ascos a otros estados (aún recuerdo lo templaditas que nos sirvieron aquellas Mc Ewan´s y Caledonia en Edimburgo nada más casarnos).


Pon una Irlanda en tu vida y una cerveza Guinness para apreciarla. De la Isla de mis amores, de la que me queda todo por saber, os seguiré hablando más adelante, cada vez que ese sentimiento irrefrenable me obligue (que es bastante a menudo por otro lado). ¿Qué hay más bonito que compartir esas pequeñas cosas con la gente que sepa apreciarlas?

Por todas ellas y porque a mí me gustan: